Razones

Se nos educa desde la cuna en la necesidad de saber los motivos de las cosas, sus razones, lo que significan. Siempre la relación causa-efecto. Y es verdad, a menudo las cosas son así. Por eso yo quiero dar al arte otra dimensión más libre, sin corsés, permitiéndole el porque sí.

Muchos espectadores que se acercan a las galerías también piden razones, y por lo mismo yo quiero reivindicar la sin razón del arte, la causa sin efecto, el instinto, la inspiración, la imagen porque sí, porque es bella o romántica, melancólica, melodramática, la libertad de interpretación, el no tener que ser un entendido para participar de él, para disfrutarlo y dejarse comunicar. Tengo a menudo la sensación de que demasiado a menudo necesitamos ser dirigidos en el pensar y hasta en el sentir.

Es evidente que cada una de las obras tiene un sentido muy concreto para mí. Pero pretender que un espectador pueda comprender el significado original es una utopía, además de algo no realmente deseado.

En cada obra hay una parte íntima y, a menudo, aburrida, que no tiene relevancia para los demás, pero también una parte que deja huella en el mundo externo –las imágenes y los símbolos plasmados en los cuadros. Y es aquí donde se encuentra la fricción entre lo imposible de comunicar y lo comunicable. Mi pintura conlleva dos mundos. Uno interno y privado, oculto tras una puerta que no hace falta traspasar –porque lo que se oculta es demasiado mundano y falto de interés para los demás– y otro, de cara al publico lleno de imágenes sugerentes, de objetos desplazados y evocadores, a veces inquietantes.

Por eso, permito al espectador adentrarse tras algunas puertas, aunque siempre quedan otras por abrir. No tengo particular interés en que el público lo conozca todo de mi mundo, siempre me quedo con una carta en el bolsillo.

Como artista me siento un actor con muchos papeles y no trato nunca con “La Realidad” o “La Verdad”. No hay artista que trate con el mundo real. Tratamos con ilusiones, nos metemos en universos de la imaginación habitados por fantasmas que concretamos suficientemente para colgar en un pared. Así pues, en el arte no hay nada que entender, pero mucho que sentir. La clave para abrir el camino hacia el disfrute de un cuadro es, precisamente, olvidar la tentación de entenderlo, el arte hay que sentirlo. “Entender” una obra de arte, demasiadas veces, significa destriparla, no vivirla, no palparla, matar la magia que lleva dentro.

Siempre he contemplado mis exposiciones como fragmentos de una obra completa y la he asociado siempre al arte de la escenificación. Como audiencia vuestro trabajo es perderos en el lujo del engaño, y representar vuestro propio papel en la obra.¡Gracias por participar!